Nuevos horizontes para la actividad del psicoterapeuta
TRES SUPUESTOS
I. Biografía completa del cliente y utilización plena de sus recursos personales
II. Un sistema saludable de relaciones entre los individuos y entre los grupos
III. Conciencia de conexión con el TODO y
COROLARIO: Cesión del protagonismo al cliente
Juan Antonio Bernad
Psicólogo universitario
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Nuevos supuestos para una terapia más eficiente
Una sosegada ojeada al horizonte en el que actualmente se ejerce la terapia psicológica, así como el análisis desapasionado de los modelos que la inspiran ofrecen un panorama poco halagüeño; incluso me atrevería a decir que en ciertos aspectos hasta vergonzante. Frecuentemente, los terapeutas damos pie a que se prodiguen juicios negativos por aquí y allá en contra de ciertas actuaciones por parte de los llamados psicólogos “clínicos”. Por cierto, agradecería al lector me ayudase en la tarea de encontrar otros posibles adjetivos, pues lo “clínico” me suena a “bisturí”, a librar de males y solucionar problemas a las almas enfermizas, aquellas que no han oído hablar de los objetivos y conquistas en los que centran su atención los especialistas en la Psicología Positiva y del Desarrollo personal. Según bastantes de mis colegas, el modelo vigente en la práctica terapéutica es el que se propone como meta fundamental devolver al cliente a su estado primitivo de equilibrio psicológico, olvidando que este puede ampliamente superarse mediante el entrenamiento en competencias enriquecedoras que van más lejos del mero estatuto por lo bajo de la considerada normalidad, por supuesto, empobrecida. En psicología y por sí solo, lo clínico me suena no solo a connotación inapropiada sino a peligroso reduccionismo, el coincidente con los tiempos en que la Psicología era una mera sierva de la Medicina.
Sin subestimar la actividad de los profesionales de la salud mental, y dentro de ellos a los psicólogos, en estos momentos, parece clara la necesidad de enriquecer la actividad terapéutica mediante la introducción de nuevos factores en el trabajo diario del terapeuta. Me refiero a ciertas actitudes generales, a criterios y valores básicos, a las dimensiones de la experiencia vital y plena del sujeto y a las instancias físico-psíquicas de la persona,todos ellos en la vertiente del desarrollo del sujeto y no de su equilibrio meramente coyuntural y pasajero.
Hago constar que mi objetivo fundamental aquí y en las distintas entradas de mi blog no ha sido, no es, ni será la denuncia superficial de los fallos cometidos por los terapeutas, ni tampoco proponer pequeños remedios a sus eventuales fallos, grandes o pequeños; lo que pretendo es más bien y sobre todo contribuir honestamente al diseño y promoción de nuevos paradigmas o modelos de terapia basados en el potencial de desarrollo positivo de las personas y en la capacidad de enriquecer la dinámica interna del binomio terapeuta-cliente. Quiero pensar que el enfoque de la actividad terapéutica que propongo se traducirá en mayores cuotas de eficacia en la medida en que se desarrolle a partir de tres supuestos paradigmáticos y, concretamente, considerando al cliente:
– en cuanto individuo-persona, dotado de unas capacidades (energías) pluridimensionales, individuales e irrepetibles,
– en cuanto actor dentro de un sistema saludable de relaciones interpersonales y grupales,
– y en cuanto sujeto activo en el marco de una Realidad de la que es parte y se siente conectado con todos los elementos o componente del TODO, cuyo estatuto supera las coordenadas del espacio-tiempo newtonianos. Tal perspectiva asume que las personas podemos vivir conscientes de que constituimos una encarnación o manifestación (fractal) de una REALIDAD OMNIABARCADORA que nos supera y a la que llamamos Cosmos, Universo, Conciencia eterna y universal, Humanidad, Energía, Dios, etc. Supongo enterado al lector de que estas dimensiones no suelen aparecer en los manuales de “autoayuda”, término este que no utilizo por las razones ya señaladas en anteriores posts de este mismo blog.
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Para saber a qué me refiero cuando hablo de “nuevos factores”, remito al lector a mi último libro “OPTIMISMO. Una respuesta sabia ante la vida”
Barcelona: Plataforma Editorial. 2013, 323 pp.
Véase además el Índice de este libro en el ANEXO, al final de este escrito.
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Primer supuesto: holobiografía personal
Biografía completa del cliente y utilización plena de sus recursos personales
En primer lugar, entiendo que los terapeutas debemos partir de la visión omnicomprensiva o total del conjunto de las experiencias vitales de los clientes en calidad de personas (holobiografía personal: del grieto holós, todo o totalidad; bíos, vida). En tal conjunto se combinan momentos de sufrimiento y de fracaso, pero no en mayor número, que los vividos en forma de éxito y alegría; así piensan, por ejemplo, el Dalai Lama, Blay, Seligman y Darwin, entre otros. No se compadece con la realidad reducir la vida de los seres humanos sin distinción y en todas las etapas de su recorrido vital a la condición de enfermos ni entender sus vidas como experiencia ininterrumpida de sufrimientos, fracasos, tristezas, mala suerte y yerbas del género… Obviamente, ello no es óbice para reconocer con dolor lo mucho que cuesta a veces ver en qué poca cosa se traduce para algunos la posibilidad de disfrutar en un grado de satisfacción aceptable en sus vidas. En cualquier caso, no conozco a nadie que me haya dicho “he repasado mi vida (!) y, se mire por donde se mire, ha sido y es un fracaso total”. Sí me han hablado bastantes personas de lo mucho que han sufrido en momentos determinados de su vida y por asuntos desagradables que, pasado un tiempo y en bastantes casos, han comprendido que no era para tanto.
Muestrario: datos de observación sobre las capacidades personales
De una mente iluminada como la del Dalai Lama, he aprendido a ejercitarme en la comprobación de que el mundo que conocemos no está tejido solo y principalmente de fallos, carencias y errores. Por ejemplo, los ciegos, sordos, mudos, cojos, mancos y, en general, los disminuidos físicos son una minoría en el mundo y muchos de ellos logran adaptarse a su condición hasta el punto de sentirse felices dentro de ella. ¡Estoy convencido de que nuestro Planeta podría funcionar incluso hasta bien en la hipótesis de que todos o casi todos los que lo habitamos fuéramos ciegos! Es una de las consecuencias a que llegué con la lectura de “El informe sobre la ceguera”, novela del premio Nobel José Saramago.
En la misma línea positiva, he valorado y reflexionado sobre la fuente de riqueza que supone el que la inmensa mayoría de los que acuden al terapeuta pidiendo ayuda disfruten de ocho sentidos (fuentes de experiencias específicamente distintas). Me refiero a los cinco que aprendimos en la escuela y a tres más: la consciencia reflexiva (sabemos que sabemos, pensamos sobre el pensar, que sufrimos o gozamos e incluso que nos morimos –a diferencia de los animales que se mueren), el sentido espacial o cinestésico (controlamos miles de posiciones de nuestro cuerpo, hasta 800 000 asanas o posturas distintas según los especialistas en yoga) y la imaginación (capacidad de crear y vivir realidades nuevas no dependientes directamente de nuestra percepción sensorial). Considero un profundo error y una injusticia (!) olvidarnos sistemáticamente en nuestros encuentros terapéuticos de estas dimensiones vitales afincadas en el cliente y, sobre todo, en los que acuden a nosotros tras ser víctimas de una experiencia abrumadoramente adversa.
Siguiendo en la perspectiva de la valoración y cultivo de nuestras capacidades individuales positivas, caben muchas preguntas. Por ejemplo:
¿Quién no ha recibido en varios momentos de su vida los besos y caricias de su madre, padre, hijos, abrazos del amigo, experimentado la ternura en la mirada de algún semejante o compartido la alegría de una sonrisa cómplice?
¡Ayer a las 6 h de la tarde intercambiamos sonrisas un bebé de tres meses, su abuela y yo! (14-6-2014).
¿Quién desde los primeros meses de su vida y en el plano sensorial no ha gustado del sabor de la leche materna, el suave frescor del agua en la boca, el colorido del mundo que nos rodea, ni nunca ha oído resonar en sus oídos alguna melodía…? Y en el ámbito cognitivo, ¿quién ha sido privado de toda palabra cariñosa de algún cercano que, al mismo tiempo, le estaba dando muestras de amor a cuenta de nada, etc., etc.? Siendo reiterativo, recuerdo al lector que en la portada de mi libro citado más arriba puede leerse: “Aunque nacimos llorando, podemos pasar gran parte de la vida riendo”. La experiencia personal me dice que tardé más tiempo del necesario en darme cuenta de ello…, y por lo que veo, hay muchos a los que les ha ocurrido lo mismo, aunque aparentemente nos consideremos y nos vean personas “normales”. No entiendo por qué lo “normal” ha de consistir en disfrutar poco de las fuentes de alegría que se incluyen en el lote hereditario de nuestro ADN.
Como muestra de lo dicho, invito a los lectores a descubrir por sí mismos el potencial de vitalidad y de disfrute que se encierran en el largo listado de los siguientes sistemas y órganos corporales: cerebro, corazón, pulmones, ojos, oídos, movilidad, pies, rostro, sonrisa, beso, placer sexual, mirada, vestido, olfato, tacto, caricias…. He aquí un ejemplo concreto de los muchos que por su alto valor personal y como fuentes de alegría analizo en mi libro OPTIMISMO.
La grandeza de mis pies (p. 143)
“Te propongo esta experiencia mental: por la mañana, al levantarte, sorpréndete imaginando todos los pies del mundo juntos, una montaña compuesta por unos catorce mil millones de pies —dos por cada habitante de la Tierra—. Si te detienes por un momento a realizar un escáner mental, enseguida caerás en la cuenta de que en cualquier momento del día o de la noche hay incontables pies humanos moviéndose para hacer felices a sus semejantes; muchos de esos pies se mueven afanosamente para hacer tu vida más cómoda y feliz. Te alegrará también saber que tus pies, con sus 20 músculos y sus 26 huesos, se traducen en movimientos que se convierten en fuente de felicidad para todos aquellos que están cerca de ti. No es exagerado pensar que, a través de la cadena de conexiones que une a los humanos, los gestos de nuestros pies llegarán a todos los rincones del mundo, aunque no nos sea dado conocer cómo ni cuándo. En este instante, mientras lees estas líneas, millones de pies se están moviendo para hacerte la vida más confortable: son los pies que te buscan allí donde estás y se acercan a ti ofreciéndote alimento, vestido, medicamentos, productos para entretenerte (viajes, cine, televisión, etcétera). Si quieres comprobar qué hacen los humanos con sus pies, detente por un momento en cualquier acera de tu ciudad, observa los pies que se mueven a tu alrededor y pregúntate cuántos afanes pueden esconderse detrás de tantos pies en movimiento. ¡Te quedarás sorprendido!
Recuerdo que estando mi esposa en la UCI, un día felicité al equipo de médicos que le atendían moviendo sus pies en torno al box de la enferma. Comentario de uno de ellos: “JAMÁS HABÍA PENSADO EN QUE ALGUIEN ME FELICITARÍA POR LO QUE ESTOY HACIENDO CON MIS PIES”.
En el ámbito de las capacidades mentales, la mayoría de las personas que nos rodean –nuestros clientes incluidos-, gozan de unas prerrogativas que nunca valoraremos suficientemente. Pensemos en atributos como la libertad, inteligencia y sus admirables conquistas, la imaginación, creatividad, las artes, capacidad de amar y de recibir amor, la percepción de nuestra sensibilidad profunda, el dominio de los grandes acontecimientos de toda nuestra vida mediante la memoria, participación del humor y de la risa, superación de la inseguridad en grandes márgenes ante las situaciones poco definidas de nuestra vida…, e incluso la aceptación de la muerte como culminación de nuestra existencia invertida en buscar nuestra felicidad y la de los demás. Creo que ninguna mente humana hubiera podido concebir una criatura tan dotada física y mentalmente como la cualquiera de nuestros clientes. Por eso no entiendo por qué no aparecen estos valores vitales profundos en los capítulos centrales de los llamados libros de “autoayuda”, aquellos que yo decidí hace tiempo aparcar y dedicarme a crear “programas de desarrollo personal”.
Algunas primeras consecuencias
Los criterios y datos que acabamos de analizar me parecen más que suficientes para sugerir una primera consecuencia: los terapeutas tenemos la obligación de enmarcar nuestra actividad en un contexto psicológico mucho más amplio y comprensivo, y para ello:
– Optar por los marcos de referencia amplios a la hora de analizar las situaciones o problemas concretos con preferencia a los enfoques estrechos, es decir, dejar de tratar cada problema de manera aislada y con una metodología de “caso único”, y
– Repartir nuestra atención, al 50 por 100 al menos, entre la consideración de las ventajas de optar por la valoración de las dimensiones positivas del caso con preferencia a centrar la atención exclusiva o prioriariamente en las variables negativas en juego. Por ejemplo, en vez de analizar con pelos y señales los motivos del desencuentro dentro de la pareja, hay que dedicar al menos el mismo tiempo a repasar sistemáticamente los gestos y actitudes que facilitan la convivencia en la pareja. Obviamente, este es uno de los muchos casos en que viene a cuento aplicar la “técnica por elevación” –véase más adelante-.
Recientemente he leído tres manuales de colegas terapeutas –cuyo nombre no procede citar aquí- a los que les he hecho llegar mi mensaje personal tan respetuoso y amistoso hacia su persona como cargado de bastante dureza por la insuficiencia de algunos de sus planteamientos, y en ciertos casos incluso conceptualmente contradictorios con los datos psicológicos hoy disponibles; por ejemplo, ignorancia de determinadas teorías consolidadas sobre el desarrollo moral del sujeto, bases de la motivación escolar, confusión entre egocentrismo y egoísmo, y, desgraciadamente, un largo etcétera. A través de sendos documentos he intentado hacerles comprender la injusticia que cometemos con nuestros tutelados cerrándoles los ojos al despliegue de sus capacidades contempladas en toda su extensión, grandeza y profundidad. ¡No quiero pensar que cultivar la debilidad del que está a tu lado es más rentable que ayudarle a un comportamiento en buena medida autosuficiente!
La opción por la alegría y el optimismo sensatos
Admitiendo sin reservas que, en general, la experiencia humana conlleva prácticamente siempre y en desiguales proporciones el sufrimiento y la alegría, reitero mi convicción de que sobre estas dos experiencias supremas y recurrentes en nuestra vida podemos adoptar posturas muy diferentes, desde el pesimismo o nihilismo más radical hasta el sabio, coherente y sensato optimismo. Hace años que me comprometí personalmente en practicar el segundo y confieso que, con el paso de los días, tal opción me ha resultado una tarea cada vez más gratificante, al tiempo que me ha permitido comprobar lo aficionados que somos los humanos a las formas más sibilinas de masoquismo y sadismo individual y colectivo, por ejemplo, con qué facilidad desaprovechamos situaciones en las que podemos alcanzar cuotas de bienestar y felicidad en los más variados escenarios de la vida cotidiana. Cito algunas situaciones comunes.
Cuando pregunto a distintas personas que me digan lo que más les gusta en su trabajo suelen responderme resaltando sus inconvenientes, la monotonía, su escaso reconocimiento social, su deseo de que sus hijos no les sigan en el oficio, etc. Recuerdo la confesión de un empleado de banca que me decía “mi vida comienza a partir del momento en que salgo del trabajo”.
Con cierta frecuencia me sucede que en mis encuentros casuales con todo tipo de profesionales y empleados y, tras felicitarles por el bienestar que los demás disfrutamos gracias a su trabajo, me confiesan sin pensárselo dos veces “todos tendríamos que ser como usted”, a lo quecontesto que no me gusta su comentario. Y comprobada su extraña reacción, añado “lo que me gustaría que me dijeras es: me paso a su bando y desde hoy me empeño y decido imitar su manera de actuar en la vida”. El mundo está lleno de buenos y platónicos deseos pero veo que son pocos los que se deciden y se comprometen de verdad a dar los pasos necesarios para que sus sueños se conviertan en realidad. En este sentido, hace pocos meses tomé la decisión de practicar un modo no convencional de despedirme de mis interlocutores. Utilizando afirmativamente la primera persona del plural, les digo “adiós X, seremos felices”, sobreentendiendo que se trata no de un deseo sino de una profecía que se cumplirá a sí misma si nos comprometemos en que se convierta en realidad –en esto consiste el llamado “efecto pigmalión”-.
Últimamente y después de leer un manual redactado por una terapeuta española, me comuniqué con la ella para comentarle que me costaba comprender en qué se diferenciaba su libro de un prolijo tratado sobre las miserias y desventuras humanas. En dicha publicación, la autora se dirige a los lectores como si no tuvieran nada positivo que celebrar en sus vidas; me quedé poco menos que aterrado por una visión tan nihilista. Este enfoque me hace pensar en Agustín de Hipona, al que considero, en buena medida, fundador del pesimismo occidental y que se recreó hablando hasta la saciedad del pecado original; también en Plotino, un pésimo discípulo de Platón -recuérdese su obra Enéadas-, y la visión oscurantista del Medievo, muy bien representada por el agustino Kempis (finales del siglo XIV), cuando entre sus célebres afirmaciones se encuentra la que dice “cada vez que estuve con los hombres, volví menos hombre”.
¡Qué diferente visión la del Dalai Lama cuando orienta su vida a partir de este credo tan sencillo como positivamente profundo y esperanzador!
Mis creencias fundamentales son estas tres:
a) soy un ser humano,
b) deseo ser feliz y no quiero sufrir, y
c) otros seres humanos como yo también desean ser felices y no quieren sufrir.
Superación de las sucesivas etapas de desarrollo mediante el “sobreaprendizaje” y la solución de problemas utilizando la “vía por elevación”
Sobreaprendizaje
Un poco de teoría. Todos recordamos la “teoría de la zona de desarrollo próximo” de Vygosky: el modo más eficaz de facilitar los nuevos aprendizajes es plantearlos a modo de retos de superación cercanos al punto de desarrollo ya alcanzado por el sujeto. En la misma dirección apunta Piaget cuando habla de no proponer el aprendizaje de nuevos y más difíciles objetivos (adaptación a una conducta más compleja y exigente) mientras no se dominenlos pertenecientes a la etapa precedente (haber consolidado el proceso de asimilación de lo antiguo). Con posterioridad, los psicólogos del aprendizaje han entendido que todo paso de la adaptación a lo nuevo debe ir precedido de la fase de asimilación, entendiendo esta, como dominio pleno y amplio de lo ya aprendido. Aprender aquí se aplica a los conocimientos teóricos, hábitos y destrezas mentales o físicas, actitudes afectivas, etc.; y el término “sobreaprendizaje” al pleno dominio de lo que se aprendido.
Procedimiento por la vía de elevación
El uso de la “vía por elevación” se aplica especialmente, aunque no solo, en el ámbito de la resolución de conflictos, y consiste en el recurso a principios o criterios más generales y superiores a los que se barajan en las situaciones conflictivas concretas. Propongo dos ejemplos.
Un empleado aceptará más fácilmente el despido si se entera de dos datos, que el empresario está yendo al psiquíatra y, que al igual que el propio empleado, es un sujeto humano con limitaciones. Las actitudes opuestas pierden virulencia en la medida en que las partes se perciben en un nuevo marco de referencia común y superior a aquel en el que ha surgido el problema, en este caso la capacidad limitada de todas las personas para superar la adversidad (empresario y trabajador).
El segundo ejemplo. El paso del padre a la jubilación, que algunos trabajadores temen, deja de tener tintes de drama cuando, cumplida cierta edad, el trabajador ve su cese laboral como un gesto de generosidad hacia los demás dejando su puesto de trabajo para el hijo o personas de la siguiente generación. La jubilación en esta perspectiva más que un baldón es un acto de grandeza, pero para ello es preciso elevar la mirada por encima de lo que supone considerar únicamente los inconvenientes de la jubilación. Convienen tener siempre en cuenta este principio terapéutico «Nunca se soluciona un problema en el mismo nivel de conciencia en que se produce».
Los clientes no triunfan ni fracasan por sí mismos: parcialmente somos responsables de lo uno y de otro
Otra consecuencia lógica de las ideas y reflexiones precedentes es que necesitamos desempeñar tanto la función de terapeuta propiamente dicha como la puesta en marcha de los programas de desarrollo personal dedicando una parte de nuestro tiempo y nuestros esfuerzos al entrenamiento del cliente en la activación y concentración de sus energías personales en el desarrollo pleno de los objetivos que pretende (en general, ampliación de sus capacidades, actitudes y hábitos saludables). Tal es el objetivo fundamental de los métodos de relajación, meditación y concentración mental (yoga, tahichí, reiki, meditación transcendental), a los que muy justamente se les atribuye un efecto a largo plazo y no puntual.
Con relación al entrenamiento en estos métodos, me desmarco de la postura tan ingenua como ineficaz que supone que los clientes serán capaces de aplicar por sí solos las técnicas más exigentes con solo decirles en qué consisten y cómo deben hacerlo.
A este propósito, he comprobado en propia carne y en muchos casos más que para acostumbrarse a la práctica diaria del yoga –se puede hacer perfectamente en casa (!)-, hay que pasar por varios intentos en los que cabe animarse, desanimarse, volverse a animar y…, hasta que llega un momento en que se la sesión de yoga se realiza con la misma facilidad con que nos atamos los cordones de los zapatos antes de salir a la calle. Señores terapeutas: nuestras sesiones de terapia fracasan cuando nos limitamos a decir al cliente “lo que hay que hacer” sin acompañarles con suficientes sesiones para enseñarles “cómo hay que hacerlo”.
Por lo que sé, muchos tratamientos psicológicos se acaban con la primera y única visita al psicólogo y frecuentemente en uno o dos encuentros más. Los resultados están a la vista: frustraciones y sentimiento de engaño por parte del cliente y sus familiares, y desmitificación de la falsa creencia en unos hipotéticos y cuasi divinos poderes del psicólogo, al que se acaba considerándole un charlatán (!).
(Véase toda la II Parte de mi obra “Desarrollo de la armonía interior La construcción de una personalidad positiva”. Bilbao: Desclèe de Brouwer. 2000, pp. 331-396. Hoy este manual está disponible en formato e-book y próximamente será reeditado en formato papel).
A modo de síntesis del primer supuesto
Desde los considerandos anteriores y so pena de admitir a priori el fracaso profesional, el terapeuta competente se sentirá obligado a trabajar en la consecución de objetivos que, es bueno reconocerlo desde el principio, no son fáciles de alcanzar.
1º Promover en sus tutelados tres actitudes claramente enriquecedoras:
a) el logro de un autoconcepto sólido y bien fundamentado, consecuencia de haberle facilitado el descubrimiento de la larga lista de las grandes disponibilidades físicas y psíquicas almacenadas en su persona. Como ya he indicado en posts anteriores de este blog, resulta fácil descubrir más de medio centenar de dimensiones positivas en la persona; basta repasar sus facultades corporales y mentales (Véase el Índice de mi libro OPTIMISMO, al final de esta entrada).
b) situarles en la dinámica de la asertividad, derivada principalmente de un alto autoconcepto alcanzado a través del análisis sistemático y el reconocimiento de todas sus competencias o cualidades, y
c) la resiliencia o concentración de los recursos personales en el afrontamiento con posibilidades de afrontar con resultados exitosos las situaciones adversas.
2º Utilizar la “holobiografía aplicada al cliente” es decir, considerarle y tratarle en calidad de sujeto que ostenta la capacidad de sufrir pero también de convertir su vida en un conjunto de experiencias aceptablemente satisfactorio.
A la vista de estas premisas, me inclino a pensar que hoy las prácticas terapéuticas tienen dos opciones, seguir siendo como en muchos casos prácticamente inoperantes, o empeñarse desde la honestidad y la decidida voluntad en el logro de objetivos más ambiciosos y reales. Estoy en contra (perdón!) de dejar las cosas como están; lo que traduzco en términos epistemológicos: la actividad terapéutica necesita un cambio de paradigmático, acometer la acción desde otros puntos de vista. Se me ocurre terminar con una afirmación: estamos suficientemente preparados para este cambio; basta empeñarnos en ello.